sábado, 8 de noviembre de 2008

HISTORIA DE UNA PEREGRINACIÓN P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P. "Entrar al alma" (2)


La apertura está hecha y ya se han dado los primeros pasos. Queda derribada la primera muralla que cerraba el acceso... Vamos a continuar.
La realidad interior se manifiesta en el VIAJE. En efecto, el descenso en este mundo, un cierto abandono lleno de sentido (aunque no fácilmente perceptible), constituyen lo que podría llamarse: lenguaje o expresión propia de la interioridad.
No son suficientes las definiciones como tampoco resultan eficaces los esfuerzos por explicar lo que sobrepasa los conceptos o el mismo lenguaje humano.
Se instaura así, por pura experiencia (si se nos permite decirlo así) una aproximación elocuente.
Esta se confunde con la historia. En realidad con la metahistoria o hierohistoria. Con acontecimientos supratemporales que son ocasión.
Pero ¿cuándo comienza este viaje, y de qué tipo de acontecimientos se trata?
Este viaje no es otro que el descenso del Hijo de Dios. Es el único, y cualquier otro será, al menos, una participación por gracia.
La apertura del misterio del hombre, su manifestación, sólo puede darse en el Misterio de Dios.
Pero hay mucho más. Aquí se vislumbra el DON de Dios. Pasamos enseguida de una perspectiva que llamaríamos existencial, al nivel de la GRACIA, más allá de los proyectos, previsiones y posibilidades humanas.
Lo que más nos interesa, por ahora, es asociar este orden de la Gracia con la misma intimidad de que hablábamos más arriba.
Para ello será conveniente detenernos en la breve presentación del frecuente problema, que tanto descorazona a los principiantes: el tiempo del cual se dispone, las ocupaciones, las distracciones y mil cosas más. Añadiendo, desde luego, las dificultades mayores, repetidamente asediantes en los días que corren: adversidad, sensación de fracaso, persecución y otras muchas situaciones, que parecen confabularse contra la paz y disposición interiores.
Se oye, generalmente, el siguiente reparo: No "da" el tiempo...; quisiera dedicarme a tantas cosas y no puedo... ¿Cosas?
Es probable que la vocación contemplativa no se desarrolle armónicamente a causa de las cosas. En efecto, el sujeto espera -por lo general- situaciones ideales y cuando no las logra o las pierde tal como las imaginaba, padece una desilusión o se cree víctima del fracaso.
La primera solución de este problema debe darse en el estricto plano de la interioridad. El hombre no precisa de otro lugar que no sea su propia alma. Es claro que ésta no es un... lugar. Pero sí es el ámbito pertinente, el verdadero, de cuanto se desea o se recibe, de las más altas relaciones en el plano espiritual.
La VISIÓN es, análogamente, acto del alma. Y, aunque adoptemos un lenguaje metafórico, es claro que se da, en los ojos interiores, una noticia luminosa directa.
Desde luego, Dios mismo, su Gracia, es iluminante. Aun en medio de la tensión o de la agonía, cuando al hombre se le presentan los objetos más contradictorios, basta un instante, un simple pensamiento, un acto de la memoria, para que, inmediatamente, la conciencia se eleve y retome lo que acontece en nivel más hondo.
No será superfluo citar aquí a un autor como Proclo. Decía, en efecto, este pensador griego que "cuando los dioses nos conducen en la iniciación no nos iluminan por medio de palabras sino por acciones". Es decir que "recibimos el poder de unirnos a los dioses por los mismos dioses, más allá de nuestra conciencia". Se trata, apunta Trouillard, del planteo de una comunión con la divinidad anterior a nuestros modos, a nuestras maneras claras...
Pasando, entonces, al tema de la Oración, según Proclo, el mismo comentarista afirma que la plegaria "se precede a sí misma como el saber. Si nuestra oración es intermitente en el nivel de su ejercicio deliberado, no dejamos jamás de orar en la substancia de nuestra alma, más aquí de las fluctuaciones de nuestra conciencia. La premoción que nos lleva a convertirnos substancialmente a la divinidad (El. Theol. 39, 191), y sin la cual no tuviéramos ni ser ni vida ni pensamiento, es eminentemente una oración. Existe, pues, una oración inscrita en la misma espontaneidad de nuestro ser (y en nuestra vida, nuestro pensamiento y nuestra actividad en tanto que son sustanciales) y que es una indisoluble comunicación con lo divino" (J. Trouillard, L’Un et L’Ame selon Proclo, París 1972, pp. 177-78). La enseñanza de Proclo acerca de la oración tuvo no escasa influencia en ambiente cristiano, especialmente en el siglo XVII. Aquí nos ha interesado por dos motivos. El primero es el lugar de privilegio del filósofo entre los místicos de los siglos XIII y XIV. Y luego por el papel de esta suerte de premoción, que podemos entender muy bien como el primado de la Gracia en la vida del cristiano. El DON de Dios es, pues, anterior a cualquier modo o sospecha o plan que el hombre intente. Y, por supuesto, supera las adversidades, las llamadas distracciones o cualquier cosa que aparezca inconveniente...
La conciencia de algo, la conciencia actual, no es garantía de su presencia como tampoco de su acción. La disposición es, desde luego, necesaria en el sujeto que padece la obra divina. Pero no se requiere otra atención que no consista en el desapego y en el abandono habituales.
Pasemos ahora a una nueva consideración.