martes, 31 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XIX )


En ese tiempo sagrado se sitúa también el tiempo del símbolo. Concierne al tiempo del hombre interno, del hombre espiritual, del hombre orientado, es decir, ordenado, salido de su caos. El símbolo –como Josué– detiene al sol, ya que el tiempo sacralizado está más allá del tiempo creado en el mundo, del que pudo decir San Agustín: «El mundo no fue creado en el tiempo, sino con el tiempo». Pero este tiempo que acompaña la aparición del mundo, el símbolo no lo reconoce, o al menos lo rebasa. «Desde el punto de vista de la historia de las religiones –precisa Mircea Éliade– el judeo-cristianismo nos presenta la hierofanía suprema, a saber: la transformación del acontecimiento histórico en hierofanía. Se trata de algo más que la hierofanización del Tiempo, ya que el Tiempo sagrado es familiar a todas las religiones. Esta vez, es el acontecimiento histórico como tal el que revela el máximo de transhistoricidad: Dios no interviene solamente en la historia, como era el caso del judaísmo; sino que se encarna en un ser histórico... la existencia de Jesús es una total teofanía; se trata de un audaz esfuerzo por salvar en sí mismo el acontecimiento histórico, concediéndole el máximo de ser».
Hablando de arquitectura, Alain emplea la expresión de «arte en reposo». Este término significa un más allá de la duración, del movimiento, y se emparenta con la contemplación. San Bernardo hace mención del eterno solsticio, una visión del reposo, de lo inmutable, donde no existe pasado ni futuro; el eterno solsticio es abolición del tiempo, y su único movimiento –además incesante– se produce en un sentido vertical y no horizontal: es ahondamiento.

El Símbolo se inscribe en este estado de reposo, no se sitúa en absoluto en lo efímero. El cielo y la tierra pasarán (Mat., XXIV, 35; Marc, XII, 31; Luc, XXI, 33). Pero el símbolo no surge en absoluto de este cielo y de esta tierra condenados a desaparecer; hijo de la eternidad pertenece al solsticio eterno.

lunes, 23 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVIII)


La expresión "in illo tempore" que leemos en la Biblia y que se encuentra al principio de las leyendas bajo la forma de «érase una vez», indica un tiempo en el que el pasado y el futuro no podrían intervenir. "In illo tempore" significa a la vez una salida del tiempo y una entrada en la eternidad, un tiempo accesible desde ahora. «Se le pide al cristiano –dirá Mircea Éliade– convertirse en cuanto tal en contemporáneo de Cristo: lo que también implica una existencia concreta en la historia, así como la contemporaneidad de la predicación, de la agonía y de la resurrección de Cristo.

Este presente escapa del desgaste del tiempo, y quiebra en cierta forma el continuum histórico en el mismo sentido en que San Pablo hace alusión al hombre externo que se debilita y al hombre interno que se renueva día a día (cf. II Cor., IV, 16). Cristo encarnado experimenta en su infancia las leyes del crecimiento: como hombre, muere; como Verbo, trasciende al tiempo histórico. Se sitúa en el tiempo y fuera de él.

martes, 17 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVII)

EL TIEMPO DEL SÍMBOLO

El tiempo se presenta como un absoluto, y para captarlo conviene experimentar por uno mismo una nostalgia del conocimiento, una constante apertura, un apetito. En la medida de este deseo de conocimiento, de esta apertura, y apetito, el símbolo entrega su contenido, o mejor se revela, pues el conocimiento simbólico es comparable a una revelación.

Esta revelación posee a la vez un carácter personal e impersonal. Personal, ya que la revelación unida al símbolo depende del nivel de aquel que la recibe. Impersonal, ya que siempre es semejante y no varía en el tiempo. Si el conocimiento simbólico se presenta como una comunión, no consiste sólo en la unión del que aprende con el contenido aprehendido; sobrepasa estos límites. Como toda revelación, exige la transmisión aun siendo incomunicable. Esta paradoja, la volveremos a encontrar en el tiempo, en la misma medida de su sacralización.

Por ello el símbolo se presenta como un soporte a través del cual lo absoluto penetra en lo relativo, lo infinito en lo finito, la eternidad en el tiempo. Gracias a él se establece un diálogo y se opera una transfiguración: lo trascendente se impone. Dios quiere revelarse al hombre, el símbolo permite oír su voz. No se trata de contactos fugitivos y efímeros, o al menos dichos contactos sólo son fugitivos y efímeros en la medida en que aquel al que conciernen es incapaz de retener lo conocido, de traspasarlo a su existencia y vivirlo como tal.

sábado, 7 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVI)


El símbolo crea una especie de transparencia, por él se opera una presencia de sí consigo mismo. El hombre está orientado, halla su yo verdadero y se encamina en una vía de liberación. El símbolo hace surgir el cuerpo espiritual o cuerpo de resurrección. Del mismo modo que existe una «capacidad de Dios» (capax Dei), podemos hablar justamente de una capacidad de los símbolos (capax symbolorum). El símbolo está lleno de vida, en la medida en que se percibe por un movimiento del alma que se dirige de la periferia hasta el centro. En nuestra existencia cotidiana, miramos y juzgamos según nuestro estado y nuestro punto de vista, y uno y otro se modifican constantemente. Las cosas son para una conciencia media exactamente lo que representan para ella. Lo mismo ocurre con el símbolo. Puede no ser captado por falta de visión.

Si lo ligamos al tiempo, su caducidad aparece de inmediato. En la medida en que se presenta como un modo de lenguaje, revelándonos un conocimiento, es el desvelamiento de una marcha ascendente que rompe con lo provisional, y por ello pertenece a una tierra transfigurada.