lunes, 10 de mayo de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada Marie-Madeleine Davy ( II )


Tomemos ahora el símbolo de la cruz. El hombre carnal considera la crucifixión con todo realismo, con lo que implica de dolor y sufrimiento físico en un tiempo dado, un momento determinado y un lugar exacto, refiriéndose únicamente a la persona de Cristo. El mismo San Bernardo confiesa haber empezado por el amor carnal (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, XLIII, 3). Así, al principio de su vida monástica, agrupó como en un ramo las ansiedades y sufrimientos del Cristo.

El hombre espiritual contempla en el símbolo de la cruz un cósmico desmembramiento abarcando todas las direcciones, es decir, extendiéndose a todos los puntos cardinales. Nada queda excluido: el hombre, el animal, la planta y la piedra participan en la crucifixión y en la redención. El hombre mismo está destinado, en su cuerpo y en su espíritu, a compartir esta crucifixión. Pero Cristo ha resucitado, y el cosmos entero tiene que participar de su gloria. La tierra del hombre, llamada a ser una tierra transfigurada, se orienta hacia la luz a través de estas fases de crucifixión y resurrección. San Bernardo compara la vida y las palabras de Cristo a una aurora, cuya luz sólo brilla después de la resurrección. La carne débil se reviste del espíritu, dirá que ésta ya no tiene que recurrir a las imágenes carnales, como la cruz y otros símbolos relativos a la indigencia corporal.